El Fabricante De Lluvia


                                                   por Danubio De Campos



Pensar en el invierno es pensar en ella, en su recuerdo más bien. Mientras la lluvia cae por el marco derruido de la ventana intento, semi desnudo, dormir. Mis ojos ruegan, mis manos lloran y mis labios reclaman por un resabio de calor. Ese calor que un día creí seguro. Ojos, manos y voz, recuerdos de aquel ensoñado día en que nos juramentamos eterno amor. Días que en un solo momento percibo tan lejos de mi mientras clamo su nombre en voz alta, ya ni siquiera el quieto rumor de la chimenea podía ser un arrullo a mi alma solitaria y profundamente atormentada.

En la rivera quieta de la noche, observo su fotografía. ¡Oh, ni siquiera la voluntad de mi alma deja olvidar por un segundo su aroma y la voz, en aquel momento en que su voz era mi voz, su convicción mi ensueño y su mirada mi ambrosía!. 


Yo prometí, mis labios profirieron un rotundo: Nunca más un día de julio. Esa promesa no dejaba tregua a mi dolor mientras planeo el resto de mi vida. Pero ¿qué es la vida si el arte de amarla no fue suficiente como para detener el terror de la soledad? Las lágrimas que corren por mi rostro me hacen musitar y levantarme a observar la lluvia. Intentaba consolar mi alma con Vodka. Pero el mundano sabor del destilado solo me hacía sentir desgraciado mientras tocaba la puerta de mi cuarto mientras hablaba solo, pretendiendo que había llegado y con ella la vida. La mirada de aquella mujer radiante cuyo nombre solo Dios podía pronunciar. Flores, lluvia y un último mensaje es todo lo que me queda


- ¡porque me siento abandonado! - Proferí en un grito


Me acurruqué en el piso e imploré perdón, imploré una noche más. Mientras observaba la luna que aún dominaba sin contrapeso esta nubosa noche y que derramaba su fría e implacable luz sobre mi cuerpo desnudo y desvalido. Me alejé y me apoyé en la alfombra de la que fuera nuestra habitación. Apoye primero mi cabeza y luego todo mi cuerpo. De pronto, de las entrañas de aquella luz pude ver a mi amor. Me levante con miedo, me acerqué a aquella sombra con terror sin embargo ella me llamó cerca, cada paso más cerca. Yo me acerqué. Pude ver sus labios, pude ver sus manos y contemplar su rostro, pero nunca oír su voz. Fue un momento de magia en las postrerias de la desesperación.
Bailamos, quizá por última vez, un vals silencioso interpretado por alados serafines que resguardaban la noche. Prometí serle fiel hasta la muerte, que jamás le dejaría si es que me daba una oportunidad de reivindicarme, que no  existían labios más que los suyos en mis labios, en mi mente, en mi vida. La pude ver sonreír, de pronto trató de abrir sus labios, pero yo la silencié. Solo el silencio y la Luna serian testigos de esta noche, solo el silencio nos vería convertirnos una vez más en uno solo.


Sin embargo, al filo de besar sus labios la luna se escondió detrás de una nube traicionera y mi amor, mi vida... vi mi vida extinguirse mientras mi amor comenzaba a desvanecerse en mis manos.


Maldije a la luna y a sus pérfidas cohortes, las nubes. Quienes me volvían a arrebatar en una sola noche todo suspiro, toda mano abierta, todo abrazo y todo sonido


- ¡estás maldita! ¡Tú! ¡Hija de la tiniebla! no vuelvas a posar tu luz sobre mí - grité mientras le señalaba - Me arrebataste todo resabio del sol venidero. Ven aquí, enfrenta tu afrenta al triste que sufre de ausencia. ¡Aparta tu luz de mi vida! ¡Aparta tu luz de mi corazón apagado!


Junté mis manos y rogué al cielo por un consuelo, solo pude encontrar el sueño por unos breves minutos. Luego, el reloj solo cantaba la mitad de la madrugada. No hay un solo sonido y ella aún no acepta la afrenta que me ha herido, que ha manchado mi dolor y mi soledad por el desgarrador sentimiento de tener de vuelta a por quien vivía, para perderlo en un segundo.
Nunca volví a ver a la Luna, ni aquella noche ni ninguna otra. Aquel demonio ensoñador jamás volvió a mostrarse ante mi ventana, y he ahí mi alma... solo una sombra nocturna que se proyecta cada noche en las paredes y que cada día vive tan solo para volver a morir.


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